miércoles, 2 de julio de 2014

Sephiroth


                Llegó cansado de trabajar, como siempre. Saludó con desgano a su hijo, dándole un pequeño golpecito en el casco de ReaVir, también como siempre. Como si de un cadáver se tratase, Thomas siguió acostado e inmóvil, mientras el aparato que llevaba en la cabeza vibraba a intervalos.
                Como siempre.
                Se sacó los filtros de la nariz y el barbijo, ambos llenos de polvo color ocre: el vomito de La Tierra. Los depositó en una pequeña mesa cerca del sillón y acto seguido se recostó en este último.
                Observó la superficie caoba de la mesa de plástico que tenía delante de él. En épocas mejores habría alguna especie de nota de su mujer, diciéndole que llegaría tarde del trabajo (como siempre) y que las salchichas (como siempre) estaban en la heladera (como siempre). Ahora, ni siquiera eso. Sólo los polvorientos filtros que llevaba todo el día en la nariz, percudidos de mugre urbana.
                De reojo, miró a Thomas, su único hijo. El casco seguía zumbando, tan regular y controlado como su respiración. Si se lo observaba bien, cada tanto podía ver pequeñas reacciones reflejo en su cuerpo, como si estuviese electrocutando. Ojalá fuese así, pensó fugazmente antes de verse invadido por una ola de terrible vergüenza y negación.
                El cuerpo fofo de su hijo seguía moviéndose de a pedacitos, casi imperceptiblemente. Seguro estaba en alguno de eso servicios sexuales que están de moda en estos días, se dijo Adam. Bien por él; con el cuerpo horroroso que tenía era la única manera de obtener placer sexual que le quedaba. Definitivamente no podría enamorar a nadie en el mundo real, a la vieja usanza.
                Desvió una mirada cuando un rastro húmedo apareció en la entrepierna de su hijo. Como seguramente pensaron todos sus antepasados, él también había sido adolescente, pero no tan idiota como la generación que le sucedió.
                Chocó las palmas dos veces y el ciclópeo televisor se encendió, iluminando la habitación con sus impactantes 250 pulgadas. Unas letras doradas gobernaban el centro de la pantalla: “SEPHIROTH”. En el fondo, un pequeño grupo de hombres y mujeres jóvenes jugaban en una playa tropical, pasándose bobamente una pelota multicolor.
                En la vida de alguien que trabaja 12 horas al día suele no haber mucho que recordar más que la sensación de frustración perenne: sin embargo, Adam Saenz jamás olvidaría el día en que, junto a su esposa, oyó hablar por primera vez de Sephiroth. Estaban en ese mismo sillón, solo que frente a un televisor mucho más chico. Un grupo de hombres con pinta de anglosajones eran entrevistados por una conductora de pecho sobrehumano y maneras huecas.

Conductora:-Buenas noches amado público, hoy les traemos a ustedes dos invitados especiales: ¡Los señores Goodman y Haston, de la Global Comunication Company!
(El público aplaude con fervor)
Hombre anglosajón #1:-Good night, good night Anita.
Anita:- Es un orgullo para Trecevisión tener como invitados a tan grandes empresarios como son ustedes. Los logros de GloCom2han mejorado nuestra calidad de vida y lograron que nadie más este solo. Ahora todos estamos conectados, en cualquier parte del mundo. La pregunta que quiero hacerles es: ¿Por qué han venido a Argentina?
Haston (sonriéndole al público):- Hemos venido a Argentina porque nuestro último producto ya está disponible para Sudamérica. ¡Hoy, en este canal, queremos anunciar que Sephiroth, la Vida después de la muerte, está disponible para todos y cada uno de los habitantes de Sudamérica!
(El público enloquece. La seguridad del estudio tiene que formar una barrera humana para que no pasen al escenario, tal es la alegría que se ha desencadenado en el ambiente)
Anita:- ¡Wow! Creo que todos estamos gratamente sorprendidos por esta revelación. Realmente es increíble que la GloCom2nos vaya a regalar este don.
Goodman (sonriéndole a la cámara):- Anita, GloCom2 piensa en todos y cada uno de nosotros. El objetivo de nuestra compañía es, como todos saben, hacer totalmente feliz a la humanidad.
Anita (abanicándose con la mano):- Es realmente increíble. Pero, señor Goodman, cuéntenos en qué consiste el proyecto Sephiroth para aquellos de nuestros televidentes que no lo sepan aún.
Goodman:- Gracias, Anita. Sephiroth, para los pocos que todavía no lo saben, es la última tecnología, el bastión definitivo de resistencia humana ante la muerte. Desde hace milenios, los hombres siempre temieron que la muerte sea el fin de todo. Miles de religiones y sectas se han creado en base a ese miedo. Pero hoy, televidentes, les digo que ya no es necesario temer a nada. Los mejores técnicos e ingenieros en informática de GloComCom han trabajado durante muchísimo tiempo para romper las barreras entre la vida y la muerte.
(El público aplaude y grita. Goodman hace gestos de agradecimiento)
Goodman:- Desde hace ya bastante tiempo que todos sabemos que la personalidad es mucho más importante que nuestro cuerpo físico. Las pruebas preliminares indicaron que ya es -si me perdonan la excesiva confianza- 100% seguro el pasaje de la mente humana a un sistema informático. Consecuentemente, es posible continuar existiendo como una mente sin el cerebro que antes soportaba la vida mental.
Haston:-En otras palabras, Anita: Vida eterna. Esto es Sephiroth, señores y señoras”.
               
                Y después, 30 años de trabajo intenso, rutinario y sin vacaciones.  A los ejecutivos de GloCom2 se les había olvidado comentar que Sephiroth significaba la vida eterna pero sólo a aquellos que pudiesen pagarla. Cuando La Compañía -con mayúsculas- anunció que sus empleados gozarían de un 25% de descuento finalmente logró juntar todas las fichas del tablero en el que venía jugando desde hacía ya 30 años. Para el 2045, tres cuartas partes de la población mundial trabajaban para Global Comunications Company. Al día de hoy, la mitad de las estas trabajaba para mantener, cuidar y ampliar la inmensa base de datos que era el sistema Sephiroth. Ante la inminencia de una vida postrera, que, además de perfecta, era tangible, real y confiable, la economía de consumo decayó notablemente. Nada de esto importaba. La Compañía era dueña del mundo, y bajo sus directivas cada persona se dirigía a una vida mejor, en todos los sentidos.
                Con jornadas laborales de medio día desde los 24 a los 55 años, algunos solían pensar que era mejor la vieja fórmula de la vida eterna, y desperdiciar sólo los domingos y un par de tentaciones ocasionales buscándola. Para el beneficio del resto retrógrada de la sociedad, GloCom2 desmanteló sistemáticamente todo rastro de cualquier clase de culto religioso. De todas formas, no lo necesitaban: habíamos transgredido las barreras y la eternidad estaba ahí, al alcance de la mano.
                Adam miró el cadáver vivo de su hijo, retorciéndose bajo los impulsos electromagnéticos del aparato de ReaVIr, la mancha de la entrepierna creciendo cada vez más. Estaba a punto de preguntarse si, efectivamente, todo tiempo pasado había sido mejor, pero en ese preciso instante comenzó su programa favorito y dejó toda clase de reflexiones profundas para más tarde.

                K. K era la letra que dominaba las vidas de las personas. Los números se hacían cada vez más grandes para disimular que la tecnología era la misma, pero, a su vez, la gente amaba reducir todo al menor esfuerzo posible, aunque sea lingüístico. Así, reducíamos los deberes amorosos, reducíamos el número de pecados, reducíamos el pensamiento, reducíamos los números grandes a una letra. K significaba mil: Adam tenía un televisor de 100K pixels/pulgada que le había costado más de 1K horas de trabajo. Tenía 25K de dólares en su cuenta bancaria en el día 20K de su vida: el día de su muerte.
                Eliminado el miedo a la muerte, la prohibición de la eutanasia no solo era inútil sino hasta contraproducente. En los primeros años Post-Sephiroth, grupos civiles comenzaron a elevar el grito al cielo para adquirir el precioso derecho de burlar por última vez a la naturaleza, y que el estado les provea muertes dignas en una cama prestada de hospital. Pasó medio siglo, y la eutanasia no fue ya libre sino obligatoria: para evitar la superpoblación que lentamente acababa con nuestro planeta, la gente debía morir llegada la edad de jubilación.
                Nadie quiere ser viejo.
                Una muerte joven es una muerte noble.
                Sirve a la Humanidad: muere.
                El Estado le proveerá una muerte tranquila e indolora y un reencuentro con sus seres queridos en Sephiroth. El Estado se preocupa por usted.
                Se vistió como todos los días: corbata de nylon, camisa barata y sonrisa de plástico. Saludó a su mujer, la cual exprimía al máximo su único franco mensual mirando una maratón de una novela extranjera de trama predecible. Su hijo desayunaba en el comedor, con el yogurt chorreándole del pelambre púbico que él llamaba con orgullo una barba. Los saludó con un beso a ambos, pero ninguno reconoció su rostro arrugado.
                Sirve a la Humanidad: muere. Leitmotiv.
                Un diario que repita constantemente que todo está bien fallecería inmediatamente por falta de lectores, así que lo que tomó Adam antes de subirse al subterráneo fue una pequeña revista de divulgación científica. Aunque perteneciente a otro género, el folletín no era por eso más divertido que lo que sería un diario optimista: casi todos los artículos trataban sobre Sephiroth y la disminución de la huella de carbono. Bien por el mundo.
                Llegó al Hospital del Estado a las nueve en punto de la mañana. Miró por última vez el sol esconderse tras una nube de smog grisáceo, mientras las puertas automáticas se abrían como unas piernas lascivas para permitirle el paso. De ahora en más, el sol siempre sería amarillo y el cielo celeste. Todo tiempo futuro será mejor.
                Un burócrata lo atendió en la recepción principal y le indicó que debía subir por el pasillo hasta la habitación 09. Allí, el médico encargado de las jubilaciones se ocuparía de su caso. Adam se despidió con una sonrisa temblorosa de viejo, y el hombre con una mueca de desagrado.
                Puerta 09. Identificación. Preguntas de rutina. Buen viaje hacia el otro mundo, dijo el doctor. Pastilla roja. Faringe dolorida. Sueño. Más sueño.
    Sirve a la humanidad: Muere.
                Adam expiró con dignidad, eficacia y apatía por parte de sus pares: las bases del Estado. El Encargado de jubilaciones anotó la fecha y gritó “que pase el que sigue” mientras dos enfermeros retiraban el cuerpo y lo llevaban a la sala de computación, donde un enorme y potente servidor se encargaba de rescatar toda la información que componía su personalidad y la descargaba en forma de una casi infinita cadena de ceros y unos, que irían directamente a la central de Sephiroth.
                Sólo 32 gigabytes componían toda la memoria, impresiones, sentimientos e ideas del señor Saenz. Mejor dicho, 32K de megabytes.
                
                Unos instantes de vacío, y luego Adam percibió delante de él, como si estuviese al final de un túnel, una luz blanca e intensísima,  pero no tanto como la de su televisor 100K. Aunque carecía de cuerpo, podría decirse que caminó hacia la luz. Luego de 55 años, sintió algo cercano a la felicidad: después de todo, la vida después de la muerte era verdad.
                Atravesó la luz e instantáneamente se encontró sentado en una cama, bastante parecida a la que usaba en su propia casa, la de la vida “terrenal”. Unas letras doradas flotaban en el aire: Bienvenido a Sephiroth, rezaban.
                Todo se sentía absolutamente igual que cuando estaba vivo, pensó. Bueno, no todo: no sentía calor ni frío; ni siquiera alguna clase de tibieza. No tenía hambre, ni sueño, ni clase alguna de incomodidad. Ahora tenía una especie de cuerpo, sí, pero suponía que sólo servía para los placeres sensoriales y era incapaz de sentir cualquier clase de sufrimiento.
                La pequeña habitación donde despertó era bastante deprimente; uno pensaría más en que allí vivía un soltero con trabajo mediocre que un habitante del Paraíso. Era en extremo curioso que el lugar estuviese amoblado, ya que, de no existir un cuerpo físico que se canse no era muy racional la presencia de sillas, camas, mesas y un largo etcétera. Ocupando gran parte de la pared que tenía delante, un televisor mostraba una película tridimensional.
                El televisor era más chico que el que tenía en vida. Si sabía hubiese hecho algún trámite para evitar la eutanasia, aunque sea por algunos años, pensó con amargura.
                Bueno, había que mirarle el lado positivo: ahora por lo menos podría mirar televisión todo el día, leer eventualmente, dedicar toda la eternidad al ocio. Después de casi 35 años de trabajo ininterrumpido, definitivamente se lo merecía.
                Como si estuviese conectada a sus pensamientos (lo cual, de hecho, era lo que sucedía) la televisión mostró un panel de control. Deportes de la vida terrenal, Deportes Sephiroth, Cine terrenal, Cine Sephiroth, Porno terrenal 1, Porno terrenal 2, Porno terrenal 3, Porno Sephiroth 1, Porno Sephiroth 2, Porno Seph…
                Se decidió por Porno terrenal 3, quizá para sentir que todavía estaba vivo. Luego de unos milisegundos de carga, el televisor arrojó un mensaje de error en color rojo sangre.
<Error: usted no tiene los Kéters suficientes para ver Masacre Anal V. Por favor, realice una recarga de crédito.>
                Por debajo del mensaje, una pequeña corona verde giraba sobre su eje vertical.
                ¿Kéters? ¿Qué mierda era eso?
                Menú de Sephiroth. Pedidos a domicilio. Usted no tiene los suficientes Kéters. Usted no tiene los suficientes Kéters. Usted no tiene los suficientes Kéters. Otra vez al menú de Sephiroth. Ayuda. Ayuda para nuevos usuarios. ¿Qué son los Kéters?
                Bienvenido, habitante del Paraíso. Esperamos que se encuentre en un estado de felicidad permanente, ahora que está aquí, en la vida eterna de Sephiroth. Cabe la posibilidad de que ya haya querido interactuar con nuestro sistema y que se haya topado con un mensaje de error del tipo “Usted no tiene los suficientes Kéters para desarrollar esta funcionalidad”.
                No se preocupe, no es un error. Aquí nada falla.
                Durante los primeros años de nuestro Nuevo Mundo, nuestro equipo de desarrollo descubrió que una vida eterna puede ser aburrida en extremo, mucho más que una vida finita. Es por eso que, después de intentar aplicar gran cantidad de soluciones, nos decidimos por usar el Kéter: una moneda para alquilar contenidos que puede adquirirse en cualquier unidad de trabajo de Sephiroth.
                Los Kéters le permiten acceder a todas las funcionalidades que hacen de Sephiroth un mundo superior: desde sustancias instantáneas que le provocarán sensación de éxtasis hasta el servicio de las más bellas mujeres del mundo, pasando por placeres más “prosaicos” como libros o películas. Gracias a los Kéters, usted ayuda a que el mundo terrenal siga en pie, haciendo recolección de información para GloCom2 y manteniendo las redes de información que sus descendientes usarán. Sephiroth y La Tierra ahora son una simbiosis. Es agradable informarle que ahora usted está en un mundo donde los placeres y la felicidad son automáticos.
                Recuerde, el sistema de Kéters es para SU beneficio.
                Gracias por usar Sephiroth (paquete promocional)

                ¿Paquete promocional? ¿Acaso existía un paquete mejor que el único que se ofrecía? Sí, seguro los políticos ahora tenían un harem compuesto de decenas de Miss Universo, cocaína y cualquier cosa que quisiesen. El status quo no cambiaba ni muriéndose; el futuro ya llegó.
                Adam tardó un par de días (si es que tiene sentido hablar de días en una vida eterna) en darse cuenta que los precios en kéters eran excesivamente altos. Luego de evaluar la paga que se ofrecía en los Centros de trabajo Sephiroth, se percató de que tardaría casi una semana en comprar una dosis de sucedáneo de alcohol, y casi cuatro días en poder ver Masacre Anal V. Se deslizó flotando hacia la cama y se recostó con un suspiro. Bueno, quizá podría vender la cama y alquilar alguna telenovela mexicana.
                Cosas buenas de Sephiroth: no necesitaba comer ni dormir. Cosas malas de Sephiroth: no necesitaba comer ni dormir. Para poder pagar los vicios que rápidamente se adquirían en el Paraíso, Adam necesitaba trabajar casi 21 horas al día. No se cansaba, sí, pero era hartante. El trabajo que le asignaron fue atender las quejas de los usuarios del servicio móvil de GloCom2 en La Tierra. ¿Saben ustedes cuán frustrante es para un fantasma tener que escuchar quejas de gente que está viva siete octavas partes de un día? Los demás habitantes de Sephiroth (o por lo menos los que Adam llegó a conocer en el Call-Center) no solían quejarse por esto.              
                Beatriz era la única persona con la que hablaba. Era una bella fantasma que ya llevaba casi 20 años en Sephiroth, aunque sus rasgos físicos en realidad no eran destacables: en la vida postrera todos poseían avatares hermosos aunque inútiles, ya que contratar una prostituta virtual requería menos esfuerzo que los riesgosos afanes de la conquista.
                Cuando Adam le preguntó a Beatriz por qué nadie se mostraba disconforme con el sistema de Sephiroth, esta le contestó que no tenía sentido. La mente humana sólo está diseñada para sentirse disconforme en una sola vida; para la siguiente uno ya está tan cansado que le da todo lo mismo.
                Ah, y las drogas instantáneas eran geniales, añadió.

                El cerebro humano es incapaz de abarcar ciertas modalidades de pensamiento o, mejor dicho, extirpar a las que está acostumbrado. Ni siquiera muriendo, descubrió Adam, el ser humano (o el ser humano occidental, por lo menos) es capaz de dejar de pensar el tiempo como una tríada entre pasado, presente y futuro. Habían pasado 4 meses desde su ingreso en Sephiroth, y era más infeliz que cuando vivía en la Tierra. No porque su existencia haya sido un cúmulo de experiencias asombrosas y placenteras, sino porque la Ciencia omnipotente le había dado la ilusión de un mundo mejor, un mundo mejor que ahora descubría era un castillo de naipes. El fin de todo no es la muerte, sino la desesperanza.
                Su mujer y su hijo ni siquiera lo habían llamado una vez desde su deceso. Sí, las llamadas Tierra-Sephiroth eran caras (aunque usaban exactamente la misma red que las llamadas Tierra-Tierra), pero no eran nada que su familia no se pudiese permitir.
                Salió del Centro de trabajo y caminó por las calles pavimentadas de oro de la ciudad. ¿A quién podría interesarle que una calle esté cubierta de oro? Sephiroth era una ciudad hermosa, de edificios enormes, cubiertos de joyas y un cielo de ocasos multicolores y amaneceres deslumbrantes. Sin crimen, sin dolor, sin pobreza.
                Y una mierda.
                Había ahorrado una buena cantidad de kéters (11.5K, para ser exactos), a fuerza de abstenerse de las drogas instantáneas y películas XXX. Tenía planeado un muy buen uso para ellos.
                Al no tener un cuerpo físico, en Sephiroth el suicidio tradicional era algo imposible. Las sobredosis sólo te aturdían más, los ahorcamientos provocaban placer sexual, los saltos desde edificios sólo vértigo. Pero había una manera, más limpia quizá que en la Tierra.
                Menú de Sephiroth. Comandos. Borrar todos los datos del usuario.
                Suicidio después de la muerte, como un Lázaro postmoderno. Ya no le importaba pasar a ser parte de la nada, el vacío. Quería escapar de la Humanidad, aunque tuviese que pagar el precio de una no-existencia.
                Escapar. Una isla, un planeta hecho solo de soledad, de negrura.
<Disculpe, la operación no puede ser realizada. Cantidad de kéters requeridos para borrar todos los datos del usuario: 50.000.000>

                Sirva a la humanidad: Viva eternamente.